domingo, 1 de febrero de 2009

La Flor del cariño

Ella siempre usaba una flor en el pelo.
Siempre.
En general, me parecía que estaba fuera de lugar.
Una flor a mediodía? ¿En la oficina? ¿Para asistir a reuniones de trabajo?
Era aspirante a diseñadora gráfica en la empresa donde yo trabajaba.
Todos los días entraba en la oficina, decorada en un seco estilo


ultramoderno, con una flor en ese pelo suyo que le llegaba a los hombros.
Casi siempre, su color combinaba con el de su atuendo, por lo demás adecuado. Lucía como una pequeña sombrilla de colores vívidos, prendida al gran telón de fondo que formaban sus ondas morenas.
En ocasiones, como en la fiesta de Navidad, por ejemplo, la flor añadía un toque festivo que resultaba adecuado.
En el trabajo, sin embargo, parecía fuera de lugar.
Algunas de las mujeres "de mente más profesional" de la oficina estaban prácticamente indignadas; opinaban que alguien debía llevarla aparte e informarle cuáles eran las "reglas" para "ser tomada en serio" en el mundo de los negocios.
Otras, incluida yo misma, lo veíamos como un simple capricho personal; en la intimidad la llamábamos "la florida".
- ¿Ha terminado ya "la florida" el diseño preliminar del nuevo folleto? - preguntaba una, con una sonrisita aviesa.
- Por supuesto.
Hizo un trabajo estupendo.
La verdad es que la muchacha está floreciente - podía ser la respuesta. Arropada en sonrisas condescendientes de diversión compartida, nuestras bromas nos parecían totalmente inocentes.
Que yo supiera, nadie había preguntado a la joven por qué llevaba una flor a la oficina día a día.

De hecho es probable que hubiera sido más fácil interrogarla si algún día se hubiera presentado sin ella.
Un día lo hizo. Cuando llevó un proyecto a mi oficina, me extrañé:
- Veo que hoy no se ha puesto ninguna flor en el pelo - le dije en tono casual. - Estoy tan acostumbrada a vérsela que es como si le faltara algo.
- Oh, sí - respondió quedamente, en tono bastante sombrío. Eso contrastaba con su personalidad, habitualmente alegre y animosa. La pesada pausa siguiente me impulsó a preguntar:
- ¿Se siente bien?
Aunque esperaba que respondiera "sí, estoy perfectamente", sabía intuitivamente que me había topado con algo mucho más importante que una flor perdida.
- Bueno - musitó, con las facciones abrumadas de recuerdo y dolor -, hoy es el aniversario de la muerte de mi madre. La extraño mucho. Creo que me siento algo triste.
- Comprendo - dije, sintiendo compasión por ella pero sin querer hundirme en profundidades emocionales. - Supongo que le cuesta hablar del tema. - Mi parte empresarial ansiaba que ella lo confirmara, pero en el fondo sabía que eso entrañaba algo más.
- No, no, está bien. Sé que hoy estoy demasiado sensible.
Supongo que es un día de duelo. ¿Sabe? Mi madre sabía que el cáncer la estaba matando.
Cuando murió yo tenía quince años. Estábamos muy unidas. Ella estaba llena de generosidad, de amor. Como sabía que iba a morir, me grabó un mensaje para cada cumpleaños, desde los dieciséis hasta los veinticinco.
Hoy cumplo los veinticinco años y esta mañana he visto el video que preparó para este día. Creo que todavía lo estoy digiriendo.
¡Y cómo me gustaría que estuviera viva!
- La acompaño en su sentimiento - dije.
- Gracias, por su amabilidad - replicó sonriendo tristemente. -
Ah, con respecto a la flor...
Cuando yo era pequeña mamá solía ponerme flores en el pelo.
Un día, cuando estaba en el hospital, le llevé una preciosa rosa de su jardín.
Cuando se la acerqué para que percibiera el perfume, ella la cogió de mis manos, me acercó a su lado y apartándome la melena de la cara, lo mismo que cuando era niña, me puso la flor en el pelo, como había hecho tantas otras veces... -

Hizo una pausa con los ojos arrasados de lágrimas y añadió con tristeza: -


Murió ese mismo día. Desde entonces siempre llevo una flor en el pelo.
Eso me hace sentir como si ella estuviese conmigo, aunque sólo sea en espíritu.
Suspiró profundamente, para evitar el llanto, antes de continuar.

Hoy estaba viendo el video que preparó para este cumpleaños; me decía que sentía no haber estado aquí para verme crecer y que esperaba haber sido buena madre y que le gustaría recibir alguna señal indicativa de que yo podía bastarme por mí misma. Así era como pensaba mi madre y eso era lo que decía. - Me miró, sonriendo con afecto ante el recuerdo.
- Qué amoroso y emocionante recuerdo - le dije con total sinceridad.
- En efecto - asintió con la cabeza - Así que pensé en una señal. ¿Cómo podría comunicarle que había aprendido a ser autosuficiente?
Entonces me pareció que debía dejar de ponerme la flor. Pero la echo de menos y también lo que representa.
Como si se transportara momentáneamente hacia un recuerdo que la fortaleciera y la dignificase, la melancolía de sus ojos se transformó en una mirada a la vez serena y valiente. Soy tan afortunada por tener una madre como ella! - dijo, y sus ojos se encontraron de nuevo con los míos.
Instintivamente, confiando en lo que vio en ellos se llevó un pañuelito a los ojos y dejó que su pena fluyera a través de las lágrimas.
Con una nueva fortaleza de espíritu dijo: -
Pero no necesito usar una flor para recordarla.
En realidad, lo sé perfectamente. Era sólo un signo exterior de mis atesorados recuerdos. Mamá me dejó un legado tan lleno de amor que se necesita mucho más que la falta de una flor para atenuar su presencia.
El tiempo nunca podrá desvanecer el legado de su amor ni la forma en que lo compartió. - Su voz se apagó mientras acababa: - Pero la voy a extrañar...
Suspiró profundamente y retomando la profesionalidad, dijo con firmeza: - Ah, aquí está el proyecto. Espero que cuente con su aprobación.
Me entregó la carpeta


pulcramente preparada, firmada y con su marca distintiva: una flor dibujada a mano bajo su nombre.

Cuando yo era joven, mi madre solía decir: "Nunca juzgues a otra persona sin haber caminado un kilómetro con sus zapatos".
Pensé en las veces que había criticado sin ninguna sensibilidad a esa joven de la flor en el pelo.
Era frustrante que lo hubiera hecho sin estar informada, sin conocer la historia de la muchacha y la cruz que debía soportar. Ese día comprendí que la flor en su pelo simbolizaba el don del amor de esa muchacha, su manera de mantenerse en contacto con la madre que perdió.
Al estudiar el proyecto que me había entregado, me sentí honrada por tratar con alguien tan profundo, con tal capacidad de sentir... de ser. Fue con este nuevo sentimiento de estima y respeto cuando vi claramente su inmensa habilidad para llevar el pasado hasta el futuro, integrándolo de manera que diera así sentido al presente.
No me extrañaba que su trabajo fuera siempre excelente. Vivía dentro de su corazón.
Y me obligó a visitar nuevamente el mío.

2 comentarios:

Irma dijo...

Lolie gracias por seguir mi humilde blogs, desde sete momento sigo el tuyo, que bien escribes, te felicito!! suerte

LoliG dijo...

Gracias Irma..no seguimos leyendo...
una caricia para tu lindo bebe

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